miércoles, 8 de febrero de 2012

el amor una ballena

presentación de  MERCEDES GÓMEZ BLESA
de el AMOR UNA BALLENA


LA ORTOGRAFÍA DEL CUERPO

    Siempre es grato acompañar a alguien que se estrena en el territorio de la palabra, grato compartir la emoción e inquietud de quien ve, por primera vez, impreso su nombre y sus versos en letras de molde. Gracias, Natacha, por ello.
    Este primer poemario de Natacha Vicente, El amor una ballena, es heredero, en gran medida, de la otra gran vocación artística de la autora, la pintura, pues en él encontramos una sucesión de imágenes de gran carga emotiva que van demarcando y describiendo la orografía interior del sujeto lírico. Podemos decir que, frente al discurso tradicional que ve a la figura femenina como objeto de representación y aquel otro que analiza, en cambio, a la mujer como sujeto de escritura literaria, intentaremos trazar un camino alternativo que atiende a la manera en que la mujer se percibe y se escribe a sí misma, poniéndose al mismo tiempo como sujeto artífice y como objeto de la mirada, logrando, así, lo que podríamos considerar como una “autonomía de la visión”.  La poesía de Natacha se inscribe, por ello, en una estetización de la experiencia cotidiana que lleva consigo una privatización del discurso, a través de una exploración de la intimidad, de la realidad interior, al par que una indagación y construcción de la propia identidad. El acontecer exterior es vivido en esta escritura femenina en relación con los sucesos internos, casi siempre afectivos. El cuerpo femenino será la geografía del desamor, o –utilizando un verso de Natacha- la “cartografía del no-amor”. El cuerpo aparece como espacio de revelación, como el lugar o topos donde la vida va demarcando sus hitos, dejando sus huellas para ir construyendo la trama que configura una biografía. El cuerpo habla y escribe, nos relata los posos que van dejando las vivencias en su encarnación, en su padecimiento. Recitemos estos versos del poema “Cartografía”:
“-Una impresión brusca me perfora, escuálida y marchita.
 -Se yergue judicial esta sospecha extrañamente opaca.
-Un súbito pánico de somnolencia que desplaza el sosiego.
-Una inconfundible pantalla de delirio.
-El brillo del espanto socavando mi abdomen”.

Recordemos, en este sentido, la conocida frase de Hèlene Cixous en La risa de la medusa: “Escríbete: es necesario que tu cuerpo se deje oír”. Las palabras del cuerpo, esos síntomas físicos, a veces bajo forma de hematomas, nos hablan del ejercicio de la violencia. Uno de los poemas más duros de El amor una ballena es, sin duda, el titulado “Flores de plástico”:
“Somos, llenos de hematomas,
lacerados
             sobre el hielo invertebrado,
hermosas, descarnadas y humildes emociones de piel
que se escapan junto a la sangre sobre los azulejos, por el desagüe.”

También el cuerpo acoge lo síntomas del dolor y de la automutilación:
“He dicho NO dos veces
          apuntalando el alba con el filo de la cuchilla
          que se apoyaba en mis muñecas”.

Pero el cuerpo también se revela como el lugar del gozo, del placer erótico siempre trasgresor del orden de lo cotidiano y subversivo de los tabúes de la moralidad burguesa que contribuye a la construcción de una mujer autodeterminada, consciente de su poder. El cuerpo de la mujer no aparece como un objeto contemplado y tomado por el hombre, sino como algo propio que se dice y se escribe sin cautelas ni pudores:
“Navego en tu cintura, sirena varada.
Boca a boca lleno de saliva
Un beso apelmazando todos los latidos.
Corazón prieto que vomita,
Regurgita sangre sobre las sienes.
Blandir de lenguas y dientes.
Trémula agitación cubierta de carne.
Azaroso, blando combate de entrega.
Acabaré bebiéndome tus entrañas.”

Pero dicho placer será recordado con nostalgia siempre desde la ausencia, desde la pérdida que confieren al poemario un tono desolado, rozando a veces el nihilismo, que resta la posibilidad de hallar la dicha y el amor que salve del vacío existencial: “ya sólo puedo amar las rosas que aún no han nacido en mi jardín”, nos dice Natacha. El amor siempre aparece descrito con imágenes que nos remiten a la imposibilidad, a la decepción, al sufrimiento y al fracaso. El amor, en boca de la poeta, es “una ballena varada”, “un fragmento de abismo”, una “arquitectura de abandono”, “un pedazo de buitre derrotado”, “un árbol podrido”. El amor es “un segmento de tierra yerma”, es “la vana quimera”. El amor es un “cadáver”...
    La desolación ante la derrota del amor conduce a la desesperanza, a una tristeza  “famélica” que no tiene cura, como vemos en el poema “Canción del alma que duele”. No es de extrañar, pues, que Natacha nos remita a la figura de la joven Ofelia lanzando  flores totalmente enajenada, perdida en las brumas de su locura amorosa. El aspecto inhóspito y desapacible de la ciudad se hace eco del desgarro interior del yo lírico a través de imágenes sombrías de arquitecturas quebradas:
“Aunque tú no lo sepas
la ciudad no es suficiente para escapar de esta herida,
......
Aúllan edificios inmensos.
Esforzadas tramoyas convocan un vergel de negras colgaduras.”
                                           (Arrestados)

Sólo queda el alivio momentáneo de fugaces encuentros que nunca acaban de calmar la desazón de la soledad, como relata el poema “Aún más solos”:
“Lamo las heridas tuyas, que se parecen tanto a las mías.
Eres como abrazar un espejo roto, cima o espalda.
Dolor por dolor, estanque de cisnes negros.”

O el único remedio al desasosiego y al abandono venga de manos del olvido:

“Ojalá no tuviera memoria,
no sintiera ausencia, ni paisaje,
ni orilla, ni horizonte,
ni entraña dividida, ni surco”
             (Canción del alma que duele).

O tal vez la solución esté en la aniquilación definitiva del cuerpo en tanto recinto del dolor, como se canta en el último poema que clausura el libro:

“Y desde la nada
mínimo, absoluto vacío
incluso de mí misma.

Fragmentada,
Hasta ser capaz de detener un rayo de luz.
Reducida sólo a fiebre y tiempo,
Hasta tener masa cero”.

Muchas gracias.

  




MUCHAS GRACIAS A TÍ , COMPAÑERA